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Para que dar vueltas... su vicio son las mujeres, y su obsesión el sexo. Sin apenas saber de nuestros nombres todo tema de conversación acaba por los mismos derroteros.
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Al principio pesado e insoportable, lo quiero matar con cada mirada, lo evito paara huir de su diarrea de palabras absurdas, lo critico por su pasotismo, pero con el tiempo mi ira y desprecio se transforman en pena y comprensión. Todo es fruto de la soledad... y eso toca mi corazón...
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Tiene familia en Sydney, pero parece que apenas se ve con ella. Podría vivir gratis con una tía suya pero prefiere vivir en un trastero pagando. "No me dejaría en paz", me cuenta, "y ya tengo mi edad -unos 40- para que nadie me esté mandando. Además habla!!!". Eso tiene que venir de familia porque el parece no tener fin. Siempre tiene algo que decir, algún chiste que soltar o alguna historia que recordar. ¡Agotador! ¡Con él he aprendido a ser oreja!
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"Yo es que soy cómico, ¿sabes?", y en su cara se desdibuja una línea blanca pícara. Sus dientes blancos relucen y sus ojos brillan.
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Pero, por supuesto, no es todo humor en su vida, aunque esa es la postura que ha tomado. Entre sonrisas y palabras cocinadas, va deshilachando algunos flecos de su pasado.
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"No me gustan las gorditas. Aunque una vez estuve con una -bueno, no era gorda, ¡era grande!-. Son como una manta, ¡¡calientan!! jajaja. Ha sido la única que cuando me pillaba una me pegaba cuatro gritos, me cargaba al hombro y me llevaba a casa", es menudito, al caso.
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"Se enamoró de mí, pero nuestra historia se acabó. (...) Un día me llamó y me dijo que se iba a suicidar. Yo estaba con mis amigos y me dijeron que seguro que lo hacía para llamar mi atención. Al cabo de un par de semanas me vino a ver a mi trabajo... Todavía estaba atontada de todas las pastillas que se habría tomado y con rasguños en los brazos...", y sus ojos brillan otra vez, pero esta vez de pena, y quizás también, de remordimiento.
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Le encantan los aguacates. Siempre tiene uno abierto y le echa tres kilos de sal a cada pedazo que se come, quizás para que le seque la melancolía y la soledad.
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"Yo aquí tenía una casa que arrendaba a estudiantes. Era de un señor que me la dejaba a mí, pero se murió. La casa era enorme y hacíamos unas fiestas... Siempre prefería tener mujeres. Tuve una rusa que montaba unos escándaloes en la cama... ¡que no dejaba dormir a nadie!", y entra en detalles. "Otra, una vez me vino borracha, se me puso a hacer arrumacos, y bueno, acabamos ya tu sabes... ¡Nada especial tampoco! El caso, es que al cabo de unos días llegó la fecha de pagar la renta pero ella no me pagó. Y pasaban los días y no me pagaba... hasta que tuve que decirle, por si se había olvidado. '¡Pero si yo ya te he pagado!', me contestó. Y cada mes cuando llegaba la hora de pagar la renta me volvía a hacer lo mismo...".
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Afuera llueve sin parar. Lleva así medio mes. Curioso y entrometido siempre quiere saber de todos. No para de preguntarme por los demás. Pero, sobre todo, habla sobre él. "Mañana a ver si trabajo... "¿Lloverá mañana? Si no llueve empiezo a trabajar a las 6.00 a.m, si está lloviendo tengo que esperar hasta las 9.00 a.m... ", unos días se quejará porque no puede trabajar y necesita la plata. Otros reza para que llueva porque no quiere levantar otro país.
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"Estoy esperando a que bajen los precios de las casas para mudarme". Lleva con las mismas desde hace más de cuatro meses.
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"¿Quieres mate de coca? me lo mandó mi madre, y te pone!". "¿Y que música tienes? me la tienes que pasar". "´¿Cuándo me vas a traer paella?". "Sydney ha cambiado mucho desde que yo llegué". "Este brasileño se lava como los gatos, jajajaja". "Hoy vino Edna y se enfadó por... (cualquier cosa)". "¿Y cuando viene tu amigo otra vez con el Tequila ese?". "Invita más a tus amigas". "Y...". "Y...". "Y...". El chorro de preguntas es interminable...
."Y...". "Y...". "Y..."